jueves, 24 de marzo de 2011

Durante la XXII Jornadas de las mujeres en la Zona Cultural 2011

Liliana Goñi comentó el libro de Clara Coria:
“Las negociaciones nuestras de cada día”

Antonio Muñoz M.

Dijo una mujer: Me casé muy joven y junto con la maternidad me fui enterando de quién era. Una no aprende a negociar porque en nombre del amor tiene que pensar en los otros antes que en una, aceptar la dependencia como natural y dar incondicionalmente sin esperar retribución.
   

  Con esta frase inició Liliana Goñi, trabajadora del Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Educación,  su charla sobre el libro “Las negociaciones nuestras de cada día”, durante la XXII Jornada de las Mujeres, realizada en la Zona Cultural de Ciudad Universitaria para conmemorar el Día Internacional de la Mujer del 7 al 15 de marzo.
     Agradeció a todas aquellas mujeres que se han tomado el tiempo para organizar el evento y en especial a Luz María por invitarla a tomar esta aventura, a compañeras de trabajo, amigas y familiares por darle la oportunidad para  escucharse  y  aprender.
     Entrando al tema, dijo que este libro ha marcado su vida y le ha propuesto retos, pues la autora, Clara Coria, lo escribió desde una perspectiva de género, enfocada a la problemática femenina. Sin embargo, ello no margina a los varones pues sostiene que lo que afecta a una mitad de la humanidad necesariamente afecta a la otra.
     Sorpresa, expresó Liliana Goñi, al descubrir que a no pocas mujeres con reconocida experiencia  en los ámbitos políticos y empresariales se nos  dificulta defender los intereses personales. “Soy una leona para negociar  intereses ajenos y una liebre asustadiza para defender los propios”.
     Estimó que las negociaciones no se reducen al ámbito exclusivo de la economía, lo comercial y lo político.  Las circunstancias de la vida cotidiana  ponen en situación de tener que negociar desde la mañana hasta la noche con la familia, con nuestras amistades, con nuestros compañeros sexuales y con nosotros mismos.
     Muchos de nosotros negociamos sin advertir que lo estamos haciendo y… entonces lo hacemos mal. Advirtió que hay quienes evitamos negociar y  nos convertimos en corresponsables pasivos de lo que sucede a nuestro alrededor.
Apuntó que si se tuviera que definir  lo que se entiende por negociación,  resumiría: “ las negociaciones no son ni más ni menos que todas aquellas tratativas con las que intentamos lograr acuerdos cuando se producen divergencias de intereses y disparidad de deseos”.
     Es inevitable que existan divergencias, porque si bien  los seres humanos somos semejantes en nuestras necesidades profundas, también somos totalmente únicos en nuestra modalidad para satisfacerlas.
     Las negociaciones suelen ser mucho más conflictivas cuando surgen en situaciones donde los afectos ocupan un lugar destacado, lo cual sucede con mayor frecuencia en el ámbito privado. Es allí donde los afectos se convierten en el eje que da sentido a las relaciones, pero también es allí donde se suele aplicar la lógica de los afectos de manera indiscriminada y generar así  graves confusiones.
     Con  frecuencia se confunde  querer bien con ser condescendiente, amor con servidumbre, solidaridad con altruismo. Estas confusiones son a menudo origen de grandes dificultades para llevar a cabo las negociaciones en este ámbito. Es frecuente comprobar que muchas mujeres preferimos ceder antes que negociar para “mantener la armonía del hogar”.
     El ceder abre la puerta a las condescendencias que terminan convirtiéndose en sumisiones. Es resultado de múltiples violencias invisibles. Violencias que, por ser tan habituales, terminan naturalizándose y pasan inadvertidas.
     En resumen, por miedo muchas de nosotras cedemos espacios, postergamos proyectos, hacemos concesiones innecesarias, toleramos dependencias, silenciamos opiniones y asumimos unilateralmente la responsabilidad de la armonía familiar.
     Las negociaciones con los hijos suelen ser unas de las más difíciles porque, entre otras cosas, ponen en evidencia la incondicionalidad materna. Sabemos que negociar es pactar, condiciones y valorar las propias necesidades tanto como las ajenas.
     A partir de la identificación Mujer=Madre, los atributos adscritos a la maternidad son transferidos a la mujer y por consecuencia surgen actitudes tales como: tolerancia extrema, renunciamiento y autopostergación.
     Al sostener que la maternidad constituye la “esencia” de la feminidad eso nos convierte en referente principal de la identidad de género, y por lo tanto se han incorporado al imaginario social, contribuyendo a consolidar mitos que se convierten en serios obstáculos para negociar

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