viernes, 18 de noviembre de 2011

La muerte no distingue; nuestros gobernantes, sí

J. César Domínguez G.-

Transcurría el día de la votación para aceptar o no la propuesta de incremento salarial que la administración universitaria le había hecho a nuestra organización sindical cuando, después de dar la información de los resultados obtenidos hasta ese momento (eran como las siete de la noche), se dio el uso de la palabra a estudiantes y profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; en su discurso, informaban y pedían solidaridad en relación con la movilización que dicha Facultad estaba llevando a cabo –y que aún continúa– debido al asesinato de Carlos Sinuhé Cuevas Mejía, integrante de dicha comunidad. El joven fue ultimado de varios balazos en su domicilio.
     No habían transcurrido muchos días después de aquel suceso cuando los medios de comunicación dieron a conocer que el 8 de noviembre –en Cuernavaca, Morelos– había sido muerto a manos de la delincuencia el doctor Ernesto Méndez Salinas, investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM, dependencia ubicada en dicha localidad. Nuevamente la comunidad universitaria se movilizó y el 11 del mismo mes llevaron a cabo una marcha por las principales calles de la llamada “Ciudad de la Eterna Primavera”, no sólo para exigir que dicho crimen sea debidamente aclarado, sino también para pedir que se termine el clima de inseguridad e impunidad que reina en el país. Observación: ambos crímenes fueron repudiados públicamente por la alta esfera universitaria.
     Pero, justo el día de la marcha de los morelenses, otra noticia sacudió al país: un helicóptero federal se había desplomado en su trayecto a Cuernavaca, resultando muertos todos sus ocupantes; uno de ellos era el entonces Secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora. La información fluyó rápidamente por la prensa electrónica, los medios audiovisuales (radio y televisión) y las redes sociales. Las condolencias llegaron de propios y extraños (políticamente hablando), de nacionales y extranjeros.
     Antes de entrar al asunto que me ocupa, quiero puntualizar dos cosas: primero, que siempre es difícil perder a un ser querido, así que lamento el dolor que las familias y amigos de los tres personajes que he mencionado están viviendo; segundo, que por lo que respecta a Blake Mora, no juzgaré (al menos en esta ocasión) su desempeño como funcionario público. En otras palabras, me limitaré a evaluar la reacción del gobierno federal con respecto a dichos sucesos.

Amnesia mediática
Como ya he dicho, la noticia del fallecimiento del Secretario de Gobernación corrió como reguero de pólvora. Las pantallas de plasma, los celulares y los monitores de computadoras saturaron sus pixeles con el acontecimiento. Eso era de esperarse, casi es comprensible. Hasta ahora, la hipótesis más aceptada es la de un accidente. ¿Y qué pasó con el estudiante de Filosofía, o con el doctor Méndez y la marcha llevada a cabo en Cuernavaca? Ni media palabra. Nada.
     Los medios de comunicación comerciales han actuado como si todas nuestras vidas giraran en torno al gabinete presidencial. Como si de poco valieran las protestas y la indignación por la injusticia en la que vivimos. Como si se acabara el mundo. Como si ya nada tuviera sentido porque nos hemos quedado sin Secretario de Gobernación. No, ni media palabra de otros decesos. A la inundación en Palizada, Chiapas, apenas le dedicaron unos segundos. Y en cierto noticiero de Televisa hasta un moño negro pusieron en la esquina superior derecha durante toda la emisión. ¿Tan amigos eran (ya sabemos quiénes)?

Próceres instantáneos

Para hacer el anuncio oficial de la desaparición de Blake Mora, Felipito Calderón salió vestido de luto, con una inmaculada camisa blanca. Se le veía consternado, y seguramente lo estaba; ya mencioné mi sensibilidad hacia la pérdida de un ser querido. Entiendo las frases “perdí a un entrañable amigo” y “mi solidaridad para con su familia”. Pero lo que vino después, verdaderamente, me ha parecido un insulto. “México no sólo perdió a un funcionario ejemplar, sino a un mexicano ejemplar”.
     ¿Cuál es el criterio, señor presidente, para declarar a alguien “mexicano ejemplar”, sobre todo después de muerto? Desafortunadamente no me equivoco al decir que, a manos de la delincuencia o de la negligencia, hemos perdido a muchos mexicanos ejemplares: el doctor Méndez Salinas, el doctor Salvador Rodríguez (2009), tantos estudiantes de todos los niveles escolares, niños de guardería (léase CENDI ABC), madres de familia, jovencitas trabajadoras en maquiladoras (léase muertas de Juárez) profesores, comerciantes, etcétera.
     ¿Esos y otros mexicanos no merecen sus condolencias sinceras, y no las que marca el protocolo presidencial? ¿Esos y otros mexicanos no merecen tiempo en televisión? ¿Esos y otros mexicanos no merecen que se dediquen todos los esfuerzos para que su memoria quede debidamente enaltecida? Si es doloroso que usted –Señor Presidente– pierda por segunda vez a un amigo en un accidente aéreo (¿?), imagínese lo doloroso que debe ser perder a un hijo en una guardería que se incendia, a un padre por un bombazo un 15 de septiembre, a una madre que se dedicaba al periodismo. Por lo demás, si en el gabinete tuviéramos mexicanos ejemplares, no estaríamos como estamos (aunque toda regla tiene su excepción, habría que hallar la de ésta).

¿Honores?

Pero al día siguiente del sentido discurso del Señor Presidente, se organizó un evento para honrar la memoria del que fuera el titular de la Secretaría de Gobernación. El Ejecutivo Federal utilizó para ello las instalaciones del Campo Militar Marte. Hubo cierre de calles, un fuerte dispositivo de seguridad, todas las facilidades para que los asistentes no tuvieran ningún problema para llegar a la despedida. Sí, a la vieja usanza priista, se dispuso todo para honrar a un alto funcionario que falleció trágicamente.
     Volvemos, entonces, al punto: ¿cuántos Campos Marte llenaríamos con los inocentes caídos a manos de la delincuencia organizada? ¿Cuántos campos podríamos colmar con ciudadanos que han caído en la tan cuestionada guerra contra el narcotráfico? ¿Cuántos campos militares se podrían abarrotar con los que fallecen en tantos y tantos otros accidentes, una buena parte de ellos producto de la negligencia de nuestros gobernantes? ¿Y qué hay de aquellos que mueren porque la pobreza los deja sin alimentos, sin medicinas, sin un hogar digno? ¿Campos Marte? ¡Estadios Aztecas! Y nos faltaría espacio.
     No. No entiendo por qué tantas molestias, habiendo tantas otras cosas que atender. Bien pudieron despedir del mundo terrenal a Francisco Blake en una ceremonia discreta o, si la querían hacer en grande, ahí estaba la sede del Partido Acción Nacional. Y entiendo que se trata de una figura política importante pero… ¿estamos acaso en los tiempos en los que ese tipo de reverencias son bien vistas por la población en general? ¿Quiénes fueron a semejante evento? ¿Los presidenciables? ¿La militancia panista? ¿Sólo los familiares y amigos cercanos?
     Como un universitario que se siente muy orgulloso de serlo, quisiera regresar al caso de Cuevas Mejía y Méndez Salinas. Y evoco su recuerdo para concluir estas breves líneas: cuando este servidor pensaba que no había nada peor que escatimar recursos económicos en la educación y la ciencia, la realidad me ha espetado en la cara una triste verdad: sí, hay algo más dramático, y es el hecho de que, además, nos arrebaten el capital humano e intelectual de una forma tan artera, tan incomprensible.
     En efecto, la muerte no hace distinción, tarde o temprano a todos nos toca enfrentarla. Pero nuestros gobernantes –nuestros empleados– sí que saben diferenciar entre muertos de primera y… números de una estadística.

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